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Mostrando entradas de agosto, 2009

Después de la lluvia

El día era gris, como su vida. Aquellos momentos pasados de felicidad, parecían nunca haber ocurrido o eran un vago recuerdo, como un sueño o una fantasía que quizá tuvo. El paso lento, las leves sombras que se dibujan y acompañan la intermitente llovizna y el constante viento, el tiempo y los días. La continuación de baldosas que componen una vereda, marcaban su camino. Intentaba, inútilmente, cubrir sus ojos con su cabeza, bajándola levemente. Estaba condenado a mirar el suelo de manera forzada, aunque no diferenciaba nada del monótono objeto. Lo triste contagia el entorno cuando los deseos son inalcanzables y lo único que se tiene es un rotundo y permanente, casi infinito, no. Otra cosa, más allá de aquello que queremos decir en los momentos inapropiados, es la declaración. El medio no importa, el mensaje lo es todo. De ambos lados. Una que otra piedrita se atravesaba en su camino y eran desplazadas por un puntapié, no muy fuerte. Poca era la gente con la que se cruzo y aún

Castigo en espiral

El muchacho se acercó a su enamorada y le contó una historia al oído. Le hablo de dos jóvenes que hace mucho tiempo se amaron profundamente, tanto que uno no era capaz de vivir sin el otro. Pero sus familias querían impedir por cualquier medio esa relación. Para poder estar juntos, ambos cambiaron sus cuerpos y él fue abeja y ella mariposa. Se amaron y volaron por mucho tiempo, pero sus nuevas familias tampoco aceptaron esa romance e hicieron lo imposible para separarlos. Nuevamente cambiaron su forma y él fue árbol y ella jirafa. Se amaron mucho tiempo, pero ni las jirafas ni los árboles gustaban de tal affaire, por lo que conspiraron en contra de los amantes. Las jirafas atacaron al apasionado y los árboles envenenaron sus hojas para la amante. Entonces para escapar de todo ser vivo, él se volvió Sol y ella fue la Luna.

Más que una partida de ajedrez

Moví el peón y mire sus ojos. Estaba totalmente concentrada en el juego. Yo, en cambio, no estaba en ese lugar. Mi mente divagaba lejos, juntaba palabras, armaba frases... Las piezas viajaron y murieron, una por vez. Intente enfocarme, se podía predecir el final. Su reina estaba muy cerca de mi rey. Tantas cosas quería decirle, pero no era el momento. No, no era. ¿La revancha? Idéntica. Creo que en ningún momento me noto a su lado. Por otra parte, la caída de mi caballo y la corrida para proteger a mi rey, la tenían desconcertada. Supongo que no esperaba cosas alocadas de mí. La verdad, no pensaba lo que hacía. Yo seguía lejos. Nuevamente la reina estaba peligrosamente cerca, mire el tablero y vi, en tres o cuatro movimientos, mi final irremediable. Mi turno. Tiro el rey. Mejor retirarse con un poco de honor, que perderlo todo por obstinación.

Condena desmerecida

La Luna reinaba esa noche. Las estrellas, sus siervas inconscientes, la admiraban desde el resto del firmamento. Bailaban, lentamente, bajo la música cósmica de la galaxia. La Tierra, testigo privilegiado, la observa danzar o quizá, sin ser su propia voluntad, acompaña en movimientos coordinados el espectáculo. Atmósfera de relajación y reflexión, el cielo era. La indiferencia destruía todo aquello que ame alguna vez. La gravedad, victimario de la desolación presente, presionaba mi pecho contra el suelo, tratando de desgarrar mi corazón que no paraba de latir. Suave prisión, este cuerpo, de un alma malherida y solitaria. Víctima de un castigo inmerecido y cruel. Condena absurda, tal vez de antiguos crímenes, o error del Juez Supremo… La Luna y yo nos miramos, en silencio, durante mucho tiempo. No lo soporto más y le pregunto: -¿Me darás crédito para la próxima vez?

Tarea a realizar

Se vio en la necesidad de escribir un relato, para gratificar a alguien. No se le ocurría ninguna idea y los temas que por lo general manejaba no eran del agrado de la mayoría. La muerte, la angustia, la perdida, eran tópicos recurrentes en sus trabajos. ¿Por dónde empezar? ¿Qué decir? ¿Qué hacer? Las preguntas vagaban alrededor de su mente, ideas se intercalaban ante sus ojos, de posibles relatos. ¿Hablare de ella? ¿De lo hermoso que son sus ojos? ¿De la belleza de su pelo? ¿De su fascinante forma de ser? ¿Su simpatía? ¿Su inteligencia? Estos interrogantes lo torturaban, el abordar el nuevo proyecto que debía realizar parecía una tarea imposible para un mortal. Los días pasaban y la pantalla del monitor, el archivo de texto, seguía en blanco. Lo comenzó a tentar tratar trivialidades superficiales, que no suman, no para él al menos, pero que quizá… El tiempo es tirano, como se dice, y el relato se postergaba cada vez más. Llego un punto en que presentarse con algo parecía una vergüenza

Transitar*

Tomó su lápiz y comenzó a escribir. Por su mente vagaba la idea de un cuento fantástico, un cuento de fantasmas. Reflexionó sobre el nombre del personaje principal, el anonimato lo tentaba, pero decidió darle su propio nombre “es excelente para la obra” se dijo. Así relató, de manera breve y sin muchos detalles, como suele ocurrir en los cuentos, la vida de Héctor. Un joven escritor, que soñaba con publicar su libro de poesía. Sin embargo, la suerte y su evidente falta de talento, lo mantuvieron alejado de su sueño. Pero, como sucede comúnmente en las historias, un día las cosas cambiaron. Así conoció, o mejor dicho, descubrió el amor, que algunos, mal a mi entender, denominan “el amor de la vida”. Pero no sólo su corazón cambió, su inspiración se vio afectada también; todos, siempre, necesitan una inspiración para poder hacer que sus obras, sean cuentos o cualquier otra cosa, se conviertan en espectaculares, mágicas. Para muchos escritores, el amor, o la persona amada, es esa musa nec

Nuestras Torres*

La mente humana, puede compararse con una torre. Cada humano, posee su propia torre. Las hay altas y esbeltas, bajas y retaconas, las hay inclinadas… A veces, sirven de faro para los demás, para los que bajan de su torre y buscan consejo en otra. En ocasiones sirven de trampas para los incautos, porque algunas torres, difíciles de alcanzar, son imposibles de abandonar. Yo pensaba, que más difícil que llegar a la cima de la torre que me pertenece, era alcanzar el umbral de otra torre, pero nada tan apartado de la verdad. Conozco un mundo, uno que no se puede ver, tocar, no se puede oír ni oler -aunque esto no le resta la posibilidad de existir-, donde una gran llanura tiene millones, quizá miles de millones, de torres. Todas diferentes, hechas de diferentes materiales o incluso de varias formas. Algunas tocan las nubes y otras son tan altas como una casa, pero todas hermosas por si mismas. Muy escasas, pero no inexistentes, son las montañas. No rodean la llanura, ni se agrupan en cordon

Aceptar*

Llevaba su traje negro y una corbata azul. Le costó bastante abrir la puerta pero no a causa de su picaporte, ni porque estuviera cerrada. Cada paso, cada inhalación, lo hacían estremecerse, eran descargas eléctricas a través de su cuerpo, el temblor se extendía de manera pausada pero constante. Lentamente se acerco a la habitación donde se encontraría con la imagen que temía. Se lamentaba, internamente, el haber aceptado ir. En su mente se presentaban infinidad de preguntas, pero estaba bien que él estuviera en ese sitio. Sin embargo no esperaba que fuera tan duro de afrontar. Todos estaban reunidos, pero separados. Sucede seguido que las personas se agrupan por apellidos. No conocía a la mayoría, que apenas repararon en él. Se acerco a un grupito, luego a otro, hasta que vio a la Tía, la preferida. Le gustaba esa tía, a él le hubiera gustado tener una tía o un tío así. De esos que se desvelan por los sobrinos, los siguen a todas partes y están pendientes como si fuesen sus propios hi