Ante el invierno
Las gotas de rocío se transmutan en escarcha y el viento deja de ser caricia para ser puñal. El aire gélido se convierte en un velo ante la vida, el sol vive en otras latitudes. Los pulmones se hinchan y parecen quebrarse como el vidrio de la botella que se cae. Cuando parece que nada va a romper esa coraza helada que nos recubre, no solo el cuerpo, sino también el corazón, el tacto de un dedo familiar termina el hechizo. El torrente de sangre se deshiela y los músculos se reaniman después del aletargamiento. Una caricia es acercarse a la primavera y un beso por asalto volver a los días de verano. Cualquier esquina es un refugio para amar y cualquier plaza un bello sitio para abrasarse. Qué importan los testigos, los protocolos, esa extraña necesidad que a veces existe de querer actuar como les agrada a los demás. No es de extrañar que en la mirada de los alarmados, se desprecie el invierno