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Mostrando entradas de marzo, 2014

Silencios en el ocio

Las hojas del árbol me protegían del sol y sus piernas me servían de almohada. Irene me miraba dubitativa, porque tenía algo para decir, pero no se animaba. El césped danzaba lentamente al son del viento tranquilo, que también perturbaba levemente nuestros cabellos. Toqué la tierra por un instante, esperando escuchar la música que a veces liberan sus labios. Acaricié al mundo, como pude hacerlo en el pasado con su dulce piel. Mis ojos cayeron en un sueño profundo, siguiendo el consejo del árabe de apreciar la belleza del silencio.

Papel mojado

Para Anita El vidrio se empaña levemente y en el exterior las gotas comienzan a trazar formas aleatorias. La lluvia siempre alimenta de una manera barroca la clepsidra de nuestra vida. El suelo revive, pero entre las sombras las almas comienzan su encierro para no mojarse. En el silencio siempre vive alguna reflexión errónea, que nos arrastra a ese último recuerdo. Esa cadena que nos hunde al fondo del mar y no tenemos la fuerza para quitarla. La soga que rodea el cuello y nos seduce a la muerte como una serpiente. Un laberinto circular donde cada camino lleva al centro y ninguno a la salida. Esa última palabra, la cicuta en boca de Sócrates, el beso en los labios de Julieta. Y mientras tanto, el reloj de agua se vacía, como el rocío se evapora al aparecer   el sol.

En la casa abandonada

Para Ana Cerca del pueblo donde nací hay un monte y sobre su colina norte una casa abandonada. Esa casa tiene una habitación particularmente oscura y aislada del resto. En esa habitación hay un espejo cubierto por un antiguo paño de terciopelo rojo. Pero ese espejo refleja todo en verde claro y solo así puedo verme verdaderamente. Tal vez nada de esto exista y sea una metáfora de la soledad remota de mis recuerdos. Puede que el reflejo de mi cara sea aquello que añoraba ver cada mañana al despertar a tu lado. El tiempo se hizo cargo de difuminar tanto la realidad que ya no puedo saberlo.

Tesoros cotidianos

La belleza es algo cotidiano, sentenció una mujer extraña entre las flores de la primavera. La miré como quien mira algo que no conoce y teme, pero con mucha curiosidad. Sentí que regalarle una rosa, tocarle una canción o escribirle un poema sería un esfuerzo fútil. Pensé que nunca leería los lunares de su cuello como un mapa de estrellas. Intuí que en un futuro no muy lejano ella sería algo menos que un recuerdo. Mientras mis sueños se derrumbaban, se apoderó de mí cierta ansiedad por husmear en sus fantasías. Tal vez adivinando mis pensamientos, soltó una pequeña risa y mostró su alineada sonrisa. Se apagan las luces por la noche y todo queda sumergido en la nostálgica oscuridad.