Silencios en el ocio
Las hojas del árbol me protegían del sol y sus piernas me servían de almohada. Irene me miraba dubitativa, porque tenía algo para decir, pero no se animaba. El césped danzaba lentamente al son del viento tranquilo, que también perturbaba levemente nuestros cabellos. Toqué la tierra por un instante, esperando escuchar la música que a veces liberan sus labios. Acaricié al mundo, como pude hacerlo en el pasado con su dulce piel. Mis ojos cayeron en un sueño profundo, siguiendo el consejo del árabe de apreciar la belleza del silencio.