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Mostrando entradas de octubre, 2011

Para cualquiera

Me has dicho que la distancia que nos separa no se mide en metros ni en kilómetros. Esa duda existencialista y fría que acompaña y discurre entre nosotros es ahora la carga que llevamos en la espalda. Luces y espejos, marco y reflejo del momento complejo que a veces se debe enfrentar para luego callar. ¿Y ahora, después del final? Solo me queda el silencio, epílogo de la historia o prólogo de lo que está por venir. Es el problema de la esperanza, prolongará los sufrimientos hasta que nos quedemos sin vida, el precio último de todo. La poesía, si reflexiva, siempre tiene algo de tenebrosa y desesperanzada.

Cambio

La tormenta arreciaba en la oscura noche de mi vida. Las banderas ya no me representaban. Todo estaba casi perdido y las nubles ocultaban los colores que viven en el cielo de las personas felices. Entonces tomaste mi mano por asalto, desde atrás y yo ya no necesite mirar quién eras. Tu tibio tacto compensa las desigualdades y sirve para entender que ya nada en el mundo importa. Los muros, antes obstáculos infranqueables, ahora son meras vallas por las que saltar. Me gusta alejarme despacio y abrir los ojos lentamente después de besarte para descubrirte de a poco, como al sol en el amanecer. Ojalá esa visión no desaparezca nunca.

Final de la alianza

Entonces todo era cierto y solo hay lluvia en nuestro cielo, sin paraguas ni resguardo que nos proteja. Todo termina con un último suspiro de melancolía, idéntico al efectuado tras comprobar la existencia de los paraísos perdidos. El mundo discurre en su curso natural y es inalcanzable, como siempre, se escapa de nuestras manos. Algo duele, pero no hay manifestación exterior de ese dolor, todo se queda dentro. El equilibro entre el bien y el mal se termina, finaliza esa débil alianza del status quo. Entonces todo era cierto, se aleja, se va, se fue.

Fénix

Tal vez no hayas existido nunca, pero tu metáfora me parece demasiado pertinente. Tu medio milenio de vida te obliga a autoconsumirte hasta las cenizas para reiniciar el ciclo. Los árabes siempre te recuerdan entre sus almohadones y alfombras, pero tú no lo sabes. Si estás en algún sitio, seguramente me sobrevivirás y tus lágrimas serán por otros. Pero alguna de mis lágrimas seguro dibujarán tu nombre y entenderán tus sentimientos. Pobre ave santa, larga y casi eterna existencia para descubrir antes de la llama final que su mayor virtud era el origen de su soledad.

En el suelo

Aves se despliegan en el aire y las banderas flamean por última vez en la leve corriente de aire, antes de una nueva ráfaga. En el suelo se dibuja una sombra, pero no es una figura son ciertos deseos que hemos perdido y ya no encontraremos. Está ese viaje que daría la oportunidad de conocer algo diferentes y así abrir nuevas puertas y nuevos umbrales. Ese beso que nadie dio por tener ocupaciones prioritarias y así sacrificar lo único significativo en la vida. Una verdad que no se dijo, pero todos suponemos y sigue allí observando cómo envejecemos. Hay arena y barro en nuestras utopías y se hacen cada vez más inalcanzables y su visión demasiado efímera. Se pone el sol y ya no hay sombra ni sufrimiento por ella. Tampoco se escucha el canto de las aves ni hay viento para nuestras banderas.

Un día de octubre

Podría acostumbrarme al silencio y la calma que otorga la felicidad. La escases de palabras originada en el tibio beso de la boca anhelada y sus susurros. La tranquilidad del abrazo compañero y solidario con mis pesares. Todo se torna de otro color al mirarlo con el nuevo prisma. Ignorar la tempestad diaria, dentro de un barco que discurre suavemente por un fantasioso y pacífico mar. Encontrar velas entre las sombras que huyen despavoridas y se apartan del camino. Descubrir que tus ojos son el faro de mi Ítaca y que los dioses apaciguaron mi castigo. Es cierto que podría acostumbrarme al silencio, pero mi mundo sin palabras no sería mi mundo.