Un día de octubre


Podría acostumbrarme
al silencio y la calma
que otorga la felicidad.

La escases de palabras
originada en el tibio beso
de la boca anhelada
y sus susurros.

La tranquilidad del abrazo
compañero y solidario
con mis pesares.

Todo se torna
de otro color
al mirarlo
con el nuevo prisma.

Ignorar la tempestad diaria,
dentro de un barco
que discurre suavemente
por un fantasioso y pacífico mar.

Encontrar velas entre las sombras
que huyen despavoridas
y se apartan del camino.

Descubrir que tus ojos
son el faro de mi Ítaca
y que los dioses
apaciguaron mi castigo.

Es cierto que podría
acostumbrarme al silencio,
pero mi mundo sin palabras
no sería mi mundo.

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