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Si habla la conciencia

Ella se acercó casi como para besarme y me susurró que aquellas antiguas derrotas hoy le parecían grandes victorias. Contempló un instante más el vacío tras la ventana antes de ponerse detrás mío y tomar mis hombros con sus manos. Yo seguía sentado, reflexionando sobre esas horas hace años pasadas. En su desazón por mi aparente falta de interés lanzó que le sorprendía que derramara lágrimas de papel que no iba a llorar. Y se burló, en aquella ira que la caracterizaba, de mis risas por temas que no me parecían graciosos. Sin más para decir, dio la vuelta y abandonó la habitación. El vacío tras la ventana cautivó mi atención y provocó un largo suspiro. Mi conciencia seguía teniendo voz de mujer después de todo.

El secreto de Roma

En el alba vi la luz y comprendí que al despertar todavía masticaba un nombre de mis sueños. Intenté articularlo, pero casi enseguida algo dentro me frenó y casi me prohibió decirlo. Con el sabor a miel todavía en los labios entendí que las letras no representaban a una persona, sino a una idea. Será tal vez un talismán que me acompañe en las oscuras noches o en los días sin sol. Una invocación secreta de poder, mi poder, como el nombre de un dios o el elegido por Rómulo y Remo.

Aunque baje la nieve

No es el primero,  ni será el último  de mis silencios. El cuartel,  las ventanas vedadas,  las tormentas y el frío,  las síntesis del invierno. Los meses que discurren  sin novedades  ni emociones,  una vida que se escapa. Hay hostilidades,  insultos y presiones,  tratan de despertar al dragón. Pero las tropas aún descansan,  solo se alistarán cuando aparezca  algún enemigo que ennoblezca. 

Certezas

Sé que el Sol saldrá mañana, pese a no verlo. Sé que en la primavera más de uno bailará por el polen y las abejas. Sé cuándo será el próximo eclipse y dónde verlo. Sé que la vida tiene momentos felices, mas no épocas felices. Sé que todos los que me rodean me abandonarán tarde o temprano. Sé que ya no puedo seguir en zugzwang. Tengo muchas certezas, estoy lleno de ellas. Pero pese a todo, no estoy seguro de saber qué decir si ella entra por esa puerta.

Para la espada, el verso

Uno de sus dedos en mi espalda me despertó de la contemplación absorta del ventanal, la mirada al horizonte. Decidida, aunque casi susurrando, habló de capitular, de los finales, de esas historias que se terminan. Yo tenía los brazos cruzados y la miré casi sin curiosidad, como un stretegos que sabe el resultado de la batalla. En retrospectiva, mi interés se centró en aquellos detalles que luego serían ella. La marquita que se dibujaba en sus pómulos cuando hablaba, la línea suave de sus labios y una mirada que no necesitaba palabras. Hoy no recuerdo cuánto tiempo pasé frente al ventanal.

Cuando el sol salía

En el preludio de mi despertar vislumbré un tótem bañado de un líquido ámbar rodeado de un manso arroyo. Se floreaba como un tesoro o un trofeo casi inalcanzable, tal vez inexistente. Pero en esa fantasía había una sensación o un sentimiento muy familiar. La idea de desconocer quién ganará, pero estar seguro que yo ya perdí. Al abrirse, mis ojos se reconfortaron con la oscuridad total, esa que tanto me gusta.

A la deriva

Es una gota cruel la última de la clepsidra para aquel que no encuentra el norte en ningún lado. De nada le sirve dibujar figuras en los cielos, porque desconoce las estrellas. Solo repite un par de historias que lo ayudan a enfocarse como talismanes. El hombre en el laberinto que conoce su destino al ver la sangre de la bestia en el suelo. Un hijo ambicioso que no se conforma con ver el Sol de lejos. Un general que sabe que cruzar un río es no volver, pero que igual no puede volver. Un ciego que llora a una o dos mujeres y se refugia en la erudición y la distancia. Un desertor que dibujó su propia bandera y busca la gloria en sus pequeñas guerras personales.

Ante el Rubicón

Los dados en la mesa auguraban la necesidad de una batalla, incluso para mí, que no creo en el destino. No veía en el horizonte cercano ningún hilo de agua que sea un punto de no retorno. Y sin embargo, mi cuerpo se preparaba para ese sentimiento posterior al fracaso inminente. Tal vez ya estaba combatiendo y todavía no lo sabía; saltar al vacío es un proceso que comienza cuando uno se levanta una mañana. Con la distancia de las décadas puedo verlo claro.

Otras circunstancias

Sus dedos pasean casi perdidos sobre el borde de la copa, todavía tibio por el calor de su boca. Habla de algo que no se puede repetir, algo de lo que se lamenta, pero no es algo que yo entienda. Estoy perdido en dos o tres colores que me distraen a confines insospechados. Uno descansa en sus ojos, como la tierra húmeda, fértil y cultivable. El otro en el escarlata de sus labios, que despiertan sentimientos que no sabía que todavía tenía. El tercero es el negro de su sombra, que se vuelve más intenso cada vez que se va. Tal vez descubra en mi indiferencia algo que no me atrevo a decir, pero que tampoco se quedará a escuchar.

Aquel jueves

Su muñeca se movía lenta pero firme mientras dibujaba una lágrima en el lienzo. Yo improvisé que esa gota también era el río y el tiempo, entre risas. Ella me miró, siempre con una sonrisa y se me acercó despacio como la niebla. Cuando ya podía sentir el calor de sus labios en mi mejilla susurró casi entre suspiros que todos los corazones tienen que romperse. Todavía intento demostrar que se equivoca, pese a los años y a mis derrotas.

Ante los cambios

Uno comprende que algo lo cambió cuando ya no recuerda cómo vivía antes de conocerlo. Pasa todo el tiempo, pero solo lo vemos si nos tomamos un minuto y giramos la cabeza hacía lo recorrido. Si una niebla nos bloquea la visión y no reconocemos nuestros pasos, el camino se volvió el destino. El resto es inexorable, puesto que el conocimiento es el punto de partida de nuevas preguntas. Sin embargo, más de una vez nos arrastrará la nostalgia y vacilaremos. Cómo era vivir sin ese referente, sin ese invento, sin esa sonrisa.

En los pasillos

En los pasillos la gente se amontona y comenta, entre susurros y cuchicheos. Se miran y se interpelan sobre una casual derrota que los dejó sin habla. En los pasillos se dicen que no estaban participando, que no había nada que perder. Pero en esos mismos pasillos sus estómagos crujen y sus manos sudan. Están desorientados en sus conversaciones y no saben a dónde ir. Me miran. En los pasillos la gente habla de la suerte echada y de la derrota. Se pegan a las puertas o se ponen debajo de los marcos buscando protección. En los pasillos alguien augura nuevos principios sin saber que una época terminó. Y yo siento que esas tristezas serán nostálgicas canciones en el futuro.

Un secreto que se olvida

Las crónicas reflejarán detalles de una mujer que no se animó a tomar la decisión arriesgada y se quedó con lo seguro. Las dudas, en ciertos aspectos de la vida, son un grito de cambio. Todas las demás batallas están perdidas. Y la derrota se puede endulzar con miel, pero sigue siendo derrota. Las crónicas dirán que es para mejor, que todo cambio es un riesgo, que es preferible lo seguro. Pero nunca dirán mi nombre, porque no lo saben. Hablarán de un supuesto, tal vez de un ex, pero nunca me mencionarán. Primero me omitirán las crónicas, después seré un secreto que se olvida.

La sangre todavía fresca

Tal vez algún historiador sea bondadoso y la considere una victoria oculta, un triunfo a largo plazo. Pero hoy se ve como el comienzo de un final por años anunciado, casi inevitable. Ningún imperio se desmorona en un día, a veces lleva años o incluso décadas. Y esos trozos darán vida a nuevos reinos, a nuevas historias. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en el viejo emperador que se sienta a ver el final. Miro por la ventana de mi cuartel de invierno y no puedo dejar de pensar.

Misterios tras los sueños

No es tan fácil dilucidar si realmente ocurrió o todo sólo formó parte de mi imaginación. Porque el pasado se presenta difuso, lleno de silencios, como una isla en un mar de olvidos. Y por las noches me invade una sensación de realidad que por la mañana me abandona. Tendré que acostumbrarme a la arena movediza, a dudar sobre lo que sé.

Las cosas que importan

Puede haber millones de estrellas, algunas más grandes, algunas más bellas, pero sólo hay un Sol. Puede haber decenas de reyes, algunos gloriosos, algunos grandiosos, pero sólo hay un emperador. Puede haber miles de tipos de miel, algunos más dulces, algunos más sabrosos, pero sólo hay uno que me gusta a mí. Pueden haber varios nombres en tu mente, pero sólo importa el que aparece cuando las luces se apagan y cierras los ojos.

Los límites de los sueños

No sé cuándo crucé la barrera, pero descubrí que mis sueños confabulan contra mí. Y de alguna manera también soy cómplice de mi martirio, porque conocía el doble filo de la imaginación. Es verdad lo que afirman aquellos que rechazan la construcción de ídolos. Hoy no recuerdo cómo era su tacto, pero al cerrar los ojos puedo sentirlo en mi piel. Estoy perdido, soy mi propio enemigo y no suelo perdonar.

La cosas que no se cuentan

A veces imagino el suspiro relajado de Teseo, con la espada ensangrentada y a sus pies el cuerpo del Minotauro. Tal vez temblaba, tal vez lloró de alivio o de alegría, tal vez no sintió nada y solo miró el hilo que lo liberaría. Pero Teseo estaba destinado a ser héroe ganara o perdiera. Su derrota y posterior muerte encendería una mecha en Atenas que terminaría en rebelión. Todos llegamos en algún momento al laberinto, algunos entramos por curiosidad, menos buscamos a la bestia. Y es ahí cuando comienza el desafío, cuando se pone todo delante cuando se puede perder. Pero aún así entré, busqué, encontré y enfrenté, desarmado, como cualquier otro mortal a pie.

Declaración de guerra

El líquido escarlata bailaba con cada movimiento de su muñeca dentro de la copa de vino. Sus ojos no miraban nada en particular, simplemente contemplaban su realidad. Mientras fumaba, porque no podía ser perfecta, deslizó que estaba confundida y que quizá yo era parte de esa confusión. Ahora que puedo mirar al pasado tras el abismo que solo abre el tiempo reconozco que me simpatizaba su forma de ser. La declaración de guerra flotó en el aire por un largo rato, pero ninguno movió sus tropas esa noche.

La víctima

En mi lecho final debo confesar para que este desenlace tenga algún tipo de sentido. Yo la encontré perdida en una isla casi desierta de la que era reina absoluta. El problema de esas fantasías es la fragilidad de las relaciones con los que están fuera de ellas. El exterior va a ser siempre un enemigo a destruir o a temer, o las dos. Y su mundo estaba regido por ese espejo del que lentamente la rescaté. De algún modo fui más un terapeuta que un amigo, el hilo en el laberinto. Pero para liberarse, cosa que logró, necesitaba una última víctima. No considero esta muerte una derrota, aunque mi último sabor es un poco amargo.

Ante la bifurcación

Todavía recuerdo el color de sus ojos, el tono de su piel y vagamente el sonido de su voz. Se movía con la gracia de una gacela que abusaba de sus largas piernas para deslizarse en vez de caminar. Me mintió y yo le creí, o quise creerle, que era el único que la hacía reír. Luego se despidió entre gestos y a la distancia como una amante a punto de ser descubierta. Siempre la imaginé parada ante una bifurcación: hacer las cosas bien o hacer lo que se siente. Pese a la ironía yo estaba del lado de lo correcto, pero no se puede competir contra los sentimientos.