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Curiosidad histórica

A veces, sin quererlo, enumero detalles de su rostro en mi mente. No como un ejercicio de tibia nostalgia o prisión de recuerdos. Sino como un resultado involuntario de mi curiosidad histórica. Y no me limito, en cuanto a estudio antropológico, a simples detalles morfológicos. Una sonrisa, por ejemplo, viene evocada con alguna broma y su voz. Una mirada, con contexto idealizado y tal vez también con una sensación distante de tacto. Y es raro que esas tumbas sean profanadas cuando sé bien que no esconden ningún tesoro. Ni tampoco son el sepulcro moderno de un insospechado Lázaro.

Metáforas líquidas

Me hablaba en susurros porque le gustaba sentir que compartía algo secreto conmigo. Llegaba siempre tímida como una garúa matinal que te sorprende sin paraguas y te empapa hasta los pies. Sus ideas se acumulaban como un charco que de forma desprevenida terminas pisando. Y después de un rato te sofocaba a preguntas al igual que la humedad pegajosa de un día de calor. Supongo que es normal buscar metáforas líquidas cuando uno vaga en el desierto.

Lo que va en el arroyo

Su imagen se difuminaba en la corriente oscura del arroyo. El hilo de agua se perdía más allá de las construcciones, de las montañas, de su vida. Un puñal de muchas curvas que arrastraba los desechos de innumerables historias. También los suyos, que desaparecían como la arena de un reloj roto o las gotas de una clepsidra sin fondo. Se derramaban sus sueños y también sus esperanzas hasta que la corriente le trajo la imagen difuminada de alguien que lo miraba.

Las cosas que escondemos en nuestros laberintos

Ella puso el punto final con la tercera campanada y dejó atrás un lienzo en blanco. Ese tejido está guardado detrás de una gran puerta al fondo de miles de pasillos. Cuando lo descubrí, el tiempo lo había mancillado con cruel tiranía. Sus hilos, antes paralelos, se separaban despacio como un camino que se bifurca. Desconozco al Minos que condenó un trozo de tela a sufrir tal destino, aunque lo entiendo. En mi bóveda duerme un reloj de arena que cada tanto me recuerda que tiempo pasa para todo.

Quien se perdió en su camino

Me desvanezco como un suspiro antes de las campas de medianoche. O como un gato que huye luego de oír un grito. Las estrellas que antes me inspiraban ahora sólo son puntos luminosos en el cielo nocturno. Pero algunas todavía intentan resaltar por sobre sus hermanas mientras las miro por la ventana. Algunos gatos sucumben a su curiosidad y se enfrentan al grito. Algunos hombres no suspiran antes de las campanas y no se arrepienten de sus acciones. Ellos enseñan lecciones que todavía no aprendí.

En un mundo sin otros colores

Estoy perdido. Lo sé y los demás también lo saben. A veces vago sin rumbo o confundo los destinos. Tantas cosas que antes me gustaban ahora ya no importan. Pero…  Ahh sí, esos ojos grises que se confundían con el cielo nublado. Ahí se rompió la brújula que inconsciente seguía. Esa constante amenaza de tormenta desarticuló el verso que fundaba mi poesía. Ahora soy otro rehén, que pena persiguiendo a su captor en una suerte de Estocolmo. Temo enfrentarme a mi reflejo en el espejo cuando este viaje termine.

Cuando comienza el día

El sueño se terminó. Pesadilla o paraíso, será debate de historiadores y biógrafos sagaces o no tanto. ¿Qué figuras ilustraran los vitrales del futuro? Sin hilo de oro para seguir, la puerta del laberinto puede ser sólo un espejismo, una falsa salida. El sueño se terminó. Redunda decir que las torres caen al paso del baño de realidad de una cachetada. ¿Quién se animará a armar nuevos castillos con cartas? Sin comodines muchos juegos se vuelven casi imposibles de ganar, casi. El sueño se terminó.

Relatividad

Ella dibujaba sonrisas en un papel para escapar de la realidad. Yo le daba la espalda sentado en un sillón y observaba la ventana casi sin reconocerla. Una gota de rocío escapaba de la congelación y discurría en el vidrio empañado. El sonido del lápiz desgarrando la hoja servía de banda sonora. Cada tanto su respiración cambiaba, parecía que su corazón iba a saltar y golpearme o amarme, algo intenso, pero luego volvía el corte del lápiz al papel. Un diente, unos labios contundentes y carnosos, un tipo feliz. Entrecerré los ojos y traté de imaginar las palabras que romperían el velo que nos separaba. Los abrí al segundo, pero ella ya no estaba. No había lápiz ni hoja, mesa o sillas. Otra gota viajaba solitaria en la ventana, pero era de una lluvia pasajera. El tiempo me jugó una mala pasada, me hizo viajar en un segundo casi una decena de años.

Encerrando los problemas

Pensé que iba a ser la respuesta correcta, por ser la más fácil y evidente. Tomé su foto y a su alrededor dibujé un conjunto de líneas que entre curvas y rectas la iban encerrando. Cuando se volvió imposible salir, contemplé mi obra como a un hijo recién nacido y la escondí en un cajón. Pero los laberintos demandan supervisión primero y sacrificios después. Otros tenían que pagar el precio de mitigar mi dolor y eran ofrendados a la bestia, ya sin forma porque los recuerdos metamorfosean. Tal vez el monstruo ya no exista o quizá nunca lo hizo, pero las paredes del laberinto colman mi mundo. ¿Esperaré guarecido en mi castillo la llegada del héroe, espada en mano? ¿Tomaré acaso la daga y terminaré con el simple papel? Las palabras crean, las palabras nos sobreviven. Pobre Dédalo fui y moriré.

Mientras pintaba

La miraba detrás de la puerta mientras desarrollaba un arte que yo no entiendo, espiando, sin atreverme a entrar. Sentarme y fantasear que alguna de mis palabras la había inspirado era algo que me daba inmenso placer. Pero su talento siempre me resultó casi tan hermético como sus sentimientos hacia mí. Sus enigmas me ponían ante la puerta de un laberinto del que sabía no iba a salir. Una puerta que más de una vez acaricié como a la mejilla de la mujer amada. Y sin embargo nunca entré, siempre huí como el ladrón nocturno, como quien despierta de un sueño que no recuerda.

Algo nuevo bajo el sol

No tenía nada guardado, ni una sola carta bajo la manga, ninguna frase elocuente y sutilmente entrenada. El asalto me tomó desprevenido, pero con suficiente tiempo para replegarme detrás de la muralla y mirar desde una torre. El enemigo se alzaba imponente, pero no me buscaba a mí o a mis tropas, solo pasaba. El otoño nos regaba con una brisa suave y un sol sumiso, pero presente. Y el general que duerme en mí tenía ganas de abandonar la seguridad y arrojarse a una cruel batalla. Quién sabe cuál destino me esperaba ese día. Miles se salvaron y la historia ya no lo recuerda.

Una belleza que no conozco

No vale decir que lo esperaba, ni que estaba preparado, ni que sabía qué podía pasar. El tiempo se dilata con la velocidad y yo te vi tan rápido que de visión fugaz no tuvo nada. Y luego te esfumaste en un torrente de miradas que te arrastraron como un río crecido. Ahora, confinado en la celda que dibujaron para mí te pienso y te imagino. En ese falso sueño no sólo nuestros ojos se encuentran. Tomará trabajo determinar tu lugar en mi laberinto.

Ante la jaula vacía

Te tendí una trampa y te dejaste atrapar, pero nunca te retuve realmente. El principio emulaba el nacimiento de una estrella con un brillo abrasador. Pero el tiempo desgastó palmo a palmo tu semblante y tu sonrisa. Las plumas se desprendieron como pétalos en otoño. Y el canto menguó como la luna que busca desesperada una despedida para renacer. Sin más imágenes para convencerme te dejé partir y vi tu vuelo por última vez. Tengo un amuleto en mis manos que espero vuelvas a buscar.

La compositora

La dejó en un sobre dorado, en uno de los vestíbulos porque sabía que iba a apreciar el detalle y la ironía. La partitura no tenía título, pero era de su autoría, para interpretar lento en piano. Siempre dijo que prescindía de las palabras conmigo, que prefería hablarme con los compases matemáticos que rigen la música. Las primeras notas erizan la piel como un beso en el cuello un martes por la tarde. Pero luego la melancolía gana terreno y se comienzan a dibujar imágenes en la mente. Tal vez las de una chica corriendo por un camino casi infinito que no lleva a ningún lugar. O la sensación sentir que sos un laberinto para luego entender que sólo sos una pared. Las últimas notas se desgranan como una despedida firme de alguien que no se arrepiente pero que no va a volver.

Los cielos

Nos cubre y pasa desapercibido pero tiene más estrellas que granos de arena las playas del mundo. A veces me detengo en las noches cálidas y lo contemplo en silencio, cubierto del velo que regala la ciudad. Pero sin embargo hay otros cielos que día a día nos importan más. Los objetivos por cumplir, los deseos por satisfacer, los tesoros que encontrar. Y la rosa, que se hace tan grande que imita a una sombrilla convirtiéndose en otro cielo.

Algunos estilos de guerreros

Algunos buscan esconderse en lujosos castillos, rodeados por poderosas murallas. Algunos esperan con el torso desnudo, en una pradera o sobre una colina, hacha en mano. Algunos acechan en los oscuros pasillos de un laberinto, olfateando el miedo a lo desconocido. Algunos diseñan laberintos y miran desde afuera como los incautos ingresan para ya no salir. Algunos juegan la danza de la clepsidra y confían en que el cadáver de su enemigo flote frente a ellos. Algunos atacan sin compasión, pese a no recibir amenazas ni estar en riesgo. Algunos prefieren la espada y el canto del metal, los gemidos de guerra y el vuelo de las aves carroñeras. Algunos prefieren la espada en el verso y son igual de despiadados pero con metáforas. Y sin embargo, todos son cautivos de un sentimiento de los invade, que los conquista, que los vence. Aunque el enemigo no sea claro, sienten que la guerra los rodea,

Laberintos de recuerdos

Se desdibujan las sonrisas hasta convertirse en simples líneas rectas con el paso del tiempo. No quedan fragancias en la memoria, ni evocaciones tardías que resuman tu existencia. El sol se oculta en un distante horizonte y en la oscuridad se pierden los límites de las sombras. Me deslizo en el pasar de los ojos cerrados y los cuentos que narra mi imaginación. Creeré en algunos, que no existieron. Negaré aquellos que ocurrieron y no me gustan.

Ella y el sol

El sol parecía tener especial contemplación con ella, porque la señalaba como un reflector. De alguna manera siempre destacaba sin esfuerzo, por acción u omisión. Aunque la estrella y yo nos declaramos la guerra hace años, reconozco su buen gusto. De alguna forma también soy un faro que apunta e ilumina todo lo que esa mujer hace. Y con el astro compartimos el mismo destino, nadie mira de frente las luces.

El regreso

Caía, pero no era una estrella ni un objeto atado a la gravedad inevitable. Estaba mi lugar con el elefante y el tigre ya había jugado bien sus cartas, mordiendo, desangrando. Su cabello dibujaba siluetas de fantasmas en el aire que la acariciaba como yo lo haría. Me examinó, cruel, de forma profunda y desgarradora, sabiéndome vencido. Pero no me remató, solo se alejó despacio luego de escucharme susurrar su nombre. Fui su víctima dos veces esa tarde, cuando regresó.

El espectador

Se deslizan sus dedos en su cabello, encuentra algún vago consuelo en su reflejo y sonríe. No se percata de mi existencia mientras su mirada se pierde en los árboles que asoman por la ventana. El anonimato del último asiento tiene la ventaja de la visión cuasi científica, de ambiente natural. Desisto rápidamente del ejercicio intelectual de adivinar qué piensa o a dónde va. Y aunque parezca irónico, esta vez no me dejo atrapar por la curiosidad. Pese a que en uno de sus brazos, un conjunto de estrellas se entrelazan y forman caminos, muros, senderos ocultos…

Mi lugar en el mito

Se sentaba cruzada de piernas y leía una pila de papeles llenos de números que al final firmaría. Me acerqué en silencio, pero igual me clavó esos ojos capaces de separar un árbol de otro en un bosque. Me agoté contando una idea que tenía, con la que sentía el calor del sol en el rostro. Pero ella se paró, se me acercó y casi en un beso me dijo que nunca iba a ser Ícaro. Me acarició una mejilla y me dijo que tampoco sería el minotauro. Me negó la posibilidad de tener la espada de Teseo en las manos. Tampoco sería mía la ira del rey Minos o la tristeza de Egeo. Mi lugar estaba con Dédalo, constructor de laberintos, como el de este poema.

Ella que caminaba y no le importaba

La garúa acaricia su piel mientras camina y sus cabellos se abrazan a su cuello como a mí me gustaría hacerlo. ¿Serán gotas de lluvia o lágrimas las que se deslizan por sus mejillas rosadas? La ciudad no ofrece muchos refugios para un día así, pero igual a ella no parece importarle. ¿Está tan concentrada en su tormenta interior que no se percata del tiempo? Mientras me dejo llevar como una hoja por un arroyo esperando chocar contra una roca, un árbol o un dique.

Prisioneros

¿Te aprisionaron esos ojos verdes pardos, que danzan según cambia el sol? ¿Caíste en sus redes como quien sigue un rastro de migas entre las palabras? ¿Buscabas un Ícaro que te hiciera volar y te topaste con un Dédalo que te liberó del laberinto? ¿Encontraste en su luz la salida a la oscura monotonía? ¿Cuánto de todo lo que te parecía real ya no lo es?

Encierro voluntario

Entre páginas pérdidas dibujaba historias que no entendía ni sospechaba reales. Se sentaba como un niño ante tomos gigantes que intentaban seducirlo sin mucho esfuerzo. Los relatos de antaño, un poco oxidados o exagerados por la distancia, le pedían cada tanto que los resignificara. Pero para él eso no era nada. Vagaba sin saberlo en un bucle casi perfecto entre el sonido de un portazo y una caricia de despedida. Y era inevitable que no lo afectara el tiempo para poder seguir con ese trance. Descubrió que las palabras, al discurrir los días por la clepsidra, pierden su significado. Y él no quería abandonar ese laberinto.

Cada vez que miro arriba y añoro el cielo

Siempre me imaginé un águila briosa que surca los cielos y traza líneas imaginarias. Un ser que espera en lo alto el momento de abalanzarse sobre su presa desprevenida. Pero también el animal que contempla más allá del paisaje y aprecia el horizonte. Y que al mirarlo piensa en todas aquellas cosas que no conoce pero que sabe que existen. Que al observar la circunferencia de la tierra comprende lo cíclico y la continuidad. Y se deja llevar por las ráfagas, que lo rodean, que lo sumergen, que lo completan. Tal vez por eso dibujé líneas imaginarias sobre tu hombro, que se convirtieron en un vago horizonte cuando estabas de espalda.

Besos entre fábulas

“Porque está en mi naturaleza”, dijo el escorpión antes de morir. Ella negó con un gesto de su mano y con cara de hastío la fábula de la rana y el escorpión. Yo vacilé por un instante, entre sorprendido y divertido por tal rechazo al determinismo. Su aparente inocencia me cautivaba, pese a la ironía que su negación imponía. El debate terminó como concluyen esos temas: con un beso desesperado. Con un beso mío, que tantas veces morí en esa laguna. Con un beso mío, beso de víctima, beso de victimario.

Solo otro monstruo de tinieblas

Una gota se desliza por una tecla que estaba por presionar y se escapa como el tiempo de la clepsidra rota. Me pierdo en un conflictivo laberinto de pensamientos, que muchas veces se resume en largas enumeraciones de sencillos nombres. Entiendo en un instante que soy un cazador entre las sombras, aguardando que aparezca el monstruo. Pero también soy el monstruo que espera agazapado en las tinieblas, para devorar a su víctima. ¿Ella mencionó mi nombre en sueños? O, quizá, mi anhelo se proyectó en sonidos informes. La transpiración de la botella ya se escapó de mi visión, esperaré que el calor la evapore y se una a un sinfín de lágrimas.