Esperando el tren
La caída de las hojas marcha junto a tu partida y te acompaña en el débil movimiento de tu mano, ese tibio saludo. No era el momento de amarte, de entregarme a ti y que tú te entregues a mí, con lo que eso significa. Las sonrisas, las alegrías, los besos y los abrazos. Las dagas del tiempo se transmutan en tus tristes lágrimas y en gotas que como tiranas caen del cielo empapando a los descuidados. Si existe, en algún lugar Dios llora. En resumidas cuentas fuimos un beso nocturno, un abrazo, un viaje secreto a un lugar distante y una tarde en el andén, esperando el tren. Tus mejillas no lo entienden todavía y sólo se preocupan por el aire gélido del invierno y la humedad del aire. Otros fríos conviven en nuestros corazones. Para ser justos hay que reconocer que mayormente fui un hipotético; una tarde de otoño en tu verano. Un llanto doloroso, aún sin partir. Una sombra dentro de tu día soleado. Para serte justo, he de decir que en mi vida que es lucha, enojos, derrotas y fracasos