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Mostrando entradas de noviembre, 2014

Sin catapultas o arietes

Ella jugaba con mi curiosidad mientras pintaba su retrato sobre un lienzo de cristal. Le gustaba montar una empalizada para ver qué arma de asedio usaría contra ella. Pero yo estaba perdido en ese dilema que siempre me planteaban sus ojos grises. El no saber si mis sentimientos eran una premonición o un recuerdo. Del otro lado de la ventana una hoja se liberaba de su rama madre y se dejaba llevar por el viento.

La musa que no se dejaba tocar

El sol le lastimaba los ojos, porque la naturaleza envidia la belleza. Pero yo solo veía su retrato a la distancia infinita del kilometraje ignorado. O lo que pensaba que era su retrato, una foto desgastada por el paso del tiempo. Una instantánea de un momento que no volverá jamás, porque el tiempo es una ruta de un solo sentido. Se caen los pétalos sobre la hierba seca, este jardín no existe porque no la conoce. Veo un cuaderno tirado sobre la arena seca y con las hojas en blanco. Las nubes acechan con tormentas, el cuadro se completa, los círculos se cierran.

Con demasiadas preguntas

¿Cuándo te das cuenta de que perdiste? ¿En el momento en que baja la bandera a cuadros y vos todavía no la ves? ¿En el instante que todos corren a festejar y vos seguís de rodillas mirando el suelo? ¿Al ver un grupo de letras que indican que no te van a elegir? ¿Al escribir un poema sobre darse cuenta de cuándo se pierde? ¿Al participar? Escuchaba sus preguntas con mucho interés, porque él era brillante y yo solo un caminante sin rumbo. Pero parecía tan perdido como yo en saber distinguir una posibilidad de una causa perdida. Ajena a nuestras preocupaciones, una nena arrancó una flor que luchaba por alcanzar el cielo.

El mendigo

Sus pies dibujan líneas que se pierden con los días y a nadie le importa. Se desgasta como la roca acariciada por el viento o la lluvia. Se diluye como mi alma con tus palabras de hierro y sal. El sol se lleva lo que le queda y que tal vez nunca fue suyo. Esperará su mano el abrazo del generoso, o la limosna del avergonzado. Pero de alguna manera, todos estamos en algún momento con la palma apuntando el cielo. ¿Qué tesoro queremos que caiga?

En el penoso hundimiento

La clepsidra no es solo una metáfora del tiempo que discurre inevitable e implacable. El reflejo del espejo no me pertenece y en ese rostro no reconozco lo que me gusta de mí. Mi barco navegaba por la noche cerrada sin estrellas, en un mar que se fundía con el cielo. Como en todas las catástrofes, nos dimos cuenta tarde que la nave se hundía sin prisa, devorada por el agua. Estábamos cansados, las piernas solo servían de anclas y las sombras eran espesas. Con la tranquilidad del que se sabe perdido, vislumbramos en el horizonte tu faro. Una luz tenue en la distancia, un último desconsuelo ante la salvación utópica. Pero allí estabas, cortando la oscuridad como un cuchillo que se deja caer en manteca. Por reflejo, todos extendimos la mano hacía ese paraíso que no íbamos a tener.

Saltando los desafíos

Se desliza sobre ruedas y solo soy un testigo lejano de sus proezas, un escriba que registra lo que le cuentan. Durante muchos años busqué la solución al miedo y descubrí que todo temor es una respuesta. Y que toda respuesta tiene un terrible punto débil: no soportará jamás que le cambien la pregunta. Quien conoce no dudará en abandonar un ¿qué pasará si fracaso? Por: ¿cuánto disfrutaré el triunfo? También transformará las incógnitas sobre maquillajes por la vacilación ante pintarse un lágrima en la mejilla derecha. Ese prisma será un ancla en el que el pobre escriba pueda apoyar sus futuros relatos.

Perspectivas

Era cierto, las piernas me pesaban, me sentía descalzo y transitaba un camino de ripio. Todo se movía a máxima velocidad o en cambio yo estaba viviendo en cámara lenta. La lluvia derretía los árboles y los transmutaba en una exteriorización de mis sentimientos. Cuando con la cabeza gacha mis rodillas estaban por ceder ante la gravedad, ella llegó. Con esa costumbre de ver salir el sol cuando la tormenta recién comienza. Tomó mi rostro entre sus manos, acercó su boca a la mía y me dijo casi en un susurro que nunca nadie pierde. Porque pese a ser derrotados, el cambio nos da nuevas fortalezas, nuevas esperanzas y nuevos poemas.

Contemplando la lluvia debajo de una nube gris

Me gustaría aprovechar toda el agua de lluvia, pero ya llené tantas clepsidras que temo vivir por siempre. El cielo nublado siempre me recuerda a sus ojos, pero eso no significa nada, las flores me recuerdan a sus ojos, el sol, la tierra negra… El suelo me ofrece tímido una silueta de laguna, un pequeño arroyo y la certeza de cimientos débiles. ¿Tendría que correr como ese perro que busca desesperado un refugio bajo un árbol frondoso? No, seré siempre ese otro tipo de animal, el que acepta las derrotas y reflexiona sobre los fracasos. Que otros cabalguen contra molinos de viento y cada tanto cacen alguna irrisoria victoria. A mí, en cambio, la tormenta me regalará una cara limpia y un motivo para narrar esas victorias.