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Mostrando entradas de agosto, 2010

Nueva oportunidad

Damita, un verso invoca tu nombre, pero me está prohibido escandirlo. No hay rencores en tu ingenua inocencia que empaña mis sentidos y me impulsa a la más sincera admiración. Tus sombras y tus miedos son el silencio constante que el mundo te dedica, pues te siente y te entiende como a un ente extraño, ajeno, distante. Tus prodigios son, en cambio, alabados por aquellos que te temen. Temor que justifica el desconocimiento, la ignorancia y todas las demás cosas que acompañan a la duda. No me abandones, Damita. Si aquello que digo no es suficiente; si las palabras que escribo no alcanzan para complementar mi tibia existencia; si no me encuentras en la canción que canta el piano; o si crees que el confuso verde de mis ojos no te refleja, dame otra oportunidad de pecar y en un acto sacrílego intentar demostrarte que te equivocas.

Huir de la batalla

Has perdido un pétalo, Rosa, y es esa imperfección la que culmina el esplendor de tu forma. Le dijiste basta a la belleza extrema, a lo utópico, a las sombras de tu ventana, basta a la cruel lluvia de domingo por la mañana, adiós luna y cielo, chau estrellas, hasta nunca señor sol. Tu mancillada estela, hoy no rima, pero no importa porque estás harta de poetas y escritores, músicos y compositores. Te ha cansado el amor y sus sombras en tu ventana, la arrogancia pérfida del artista. Te molesta el sonar de los motores de vehículos incómodos para escribir sobre una rosa que se flagela y hiere. No habrá Edén ni paraíso terrenal, tampoco lo tendré yo ni la niña que me mira con mirada inquisidora, y dos faroles azules que encandilan. Suspicaz planta, tu también sueñas con algo que no podrás tener. Hiciste bien, amiga flor, pues ya nadie intentará conservarte.

Desde el armario

Monstruo de la oscura sombra, que ocultas tu dolor bajo un manto de tinieblas. ¿Dónde quedo tu corazón de hombre? La bondad de nuestra especie se ha borrado de tu faz, sólo sos una parte efímera de tu pasado. El tiempo ha dejado huellas inexorables en tu ser, tus miedos se han convertido y te han convertido. Engendro que vives en la tenebrosa oscuridad, ¿a qué le temes? El mundo ha cambiado, casi todo es luz. Tú, sin embargo, sigues atrincherado en el recuerdo de los menores, los demás ya te hemos olvidado. Cuéntame que apena lo que queda de tu alma. Tus temores pueden acudir a mí y yo perder el rumbo, accediendo al sendero sin retorno de tu perdición. Seríamos iguales nuevamente. Dime, adefesio, las cosas que te alejaron del seno del mundo y del amor. Nuestra madre prepara pesadillas para algunos y otros sólo viven sueños. La desigualdad es algo que va más allá del bien y el mal, está en todo. Fenómeno de la naturaleza, seguramente sabes secretos inconclusos de mundos diversos. Debes

Carta desde el pasado

¿Cuánto queda de niña en esos ojos, color musgo, que el tiempo ha templado y mi recuerdo ha borrado? Ese laberinto que no se puede ver, donde escondes tus secretos, mujer, mi alma de desesperanza inunda y zozobra mi pesar. Las sombras acongojan tu pecho y se escapan las estrellas de tu cielo nocturno. Sé que me añoras, en tus tinieblas, o quizá a los demás, a los otros que comparten mi destino: ser parte de tu historia. Nunca son pretéritos los sentimientos. Belicosa belleza, ocultas un gran secreto. Tras tu velo de misterios y tus alhajas de negativas, esa figura altiva está cautiva. Tu sacro hermetismo es seguro conmigo, pues no revelare el acertijo con el que esperas, cual esfinge de Tebas, a tu próximo amor.

Palabras a una doncella

Hay muchos versos que se pueden escribir para ti, pero prefiero el silencioso te quiero, te quiero más allá de los ojos y de los labios. Es un te quiero con el alma, que aunque no se escuche, permanecerá todo el tiempo que el mundo sea capaz de durar y, tal vez, un poco más. Decir que te espero, es abundar en palabras. Pues te busco en cada detalle del día, en cada rayo de luz, en cada sombra, en la imagen que devuelve el tirano espejo, en las agujas despóticas de mi reloj de pulsera. Estás presente en los ojos de mi madre que me despide desde la puerta; en la forma rara de esa palmera de la plaza; en la invisible figura del sol vedada a nuestra vista. Estás en la hoja de papel, antes y después de ser escrita. Decir que te extraño es mentirle a la vida. No hay cosa que no me recuerde a ti, que no seas tú. Los dioses guardaron el secreto de la creación y también mi eterna devoción. No es factible dudar de su existencia, pues la tuya demuestra su poder. Tiemblo al asumir mi esclavitud a

Historia de todos los días

Las vertientes en el río de tu sueño me dicen que estoy despierto, pues sólo me humedecen los pies la humedad del tiempo. Narro, entonces, un cuento y me divierto pensando cómo el traductor trasmutará mi relato. Al final de la batalla, extraña pantalla de ilusiones que esconde ambiciones, tan sólo sobrevivieron dos soldados. Como por aquella época los enemigos no tenían nombres ni símbolos, sólo designios que pudieran identificarlos, los hombres se encontraron frente a frente, bajo el yugo de la agonía, ahora común, de no saber si enfrente tenían a un amigo. Se analizaron por un largo rato, sin animarse a atacar, pues no querían cometer un error fatal. Al fin y al cabo, uno preguntó qué lo había llevado a la guerra y el otro le respondió que los abusos y la corrupción de los líderes del otro bando. Al confirmar con seguridad que poseían el mismo ideal, se libraron de las armas y marcharon como hermanos, desconociendo hasta el final que hacía un momento estaban enfrentados.