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Victoria fuera del relato

Se desvanecía el día en cada suspiro y con él se iban las ideas y todos los sueños. En momentos como ese, un trozo de papel se convierte en una puerta para crear un nuevo mundo o destruirlo. Ella miraba como siempre por la ventana mientras la lluvia le cegaba la garganta. Pero esa noche las palabras no acudieron, esa noche las sombras reinaron. -¿Te rendiste así nomás? ¿Sin siquiera pelear?-, preguntó algo sorprendido. Negué con la cabeza, sonreí con suavidad, le sostuve la mirada y le expliqué que la acción vence a las palabras.

Cuando las palabras no pueden contener un sentimiento

La vi trazar círculos en el aire como en un lienzo, mientras exhibía una parte de su alma. Yo era un alma anónima que de forma pasiva se dejaba seducir por un desempeño perfeccionado y depurado. No estaba solo, cientos observaban aunque todos veíamos cosas distintas. En mi soledad acompañada entendí, no sin dolor, que siempre iba a recordar su arte. Como el que quedó ciego recuerda el sol, como el que perdió la audición anhela la voz de su madre. Desaparecí entre las sombras del final, sabiendo que nada serviría para poder expresar lo que sentí.

Una de las sirenas del mar

En su sabiduría, Odiseo se ató a un mástil para poder escuchar el canto seductor de las sirenas. No sin antes cubrir los oídos de los demás tripulantes, para que el hechizo no cayera sobre ellos. Es cierto, la belleza de sus voces y el encanto de lo superficial era cautivante. Las rocas están como sus defectos, escondidos bajo el espejo de agua que al principio solo duplica lo perfecto. El camino hoy me depara un final tortuoso pero no inesperado. Si en algún momento me resistí a las tentaciones, los esfuerzos fueron mínimos y todos los intentos vanos. Conozco los secretos que me deparan las sombras de las melodías. Sé qué destino se presenta ante mí como un castigo pero también como una liberación. Son mis alas las de Ícaro, que decide acercarse al sol más que nadie y morir. Es mi cuerpo el del Minotauro, que se ofrenda a la espada de Teseo. Es mi pluma la del poeta, que retrata a una musa que no le corresponde. Ya se escuchan algunos tonos a la distancia, el viento infla las velas, l

Cuando el viento se lleva la curiosidad

La cadena, una vez más, se rompió y el velo cayó como un conjunto de hojas en otoño. El misterio estaba resuelto sobre la mesa, ya tenía la necesidad de saciar mi curiosidad cubierta. Mi penitencia, que me condena siempre, estaba cumplida y mi pena había sido purgada. Nuevas tareas se alzan en el horizonte, el deseo siempre te arrastra a nuevos puertos con o sin viento. Zheng He, pastor del mar, un día recibió la orden por parte del emperador de dejar de explorar el mundo. ¿Qué invisible mandatario en su plan me incluye para que me detenga? El adiós no es más que un requisito de dejarse llevar por la corriente del tiempo.

Sin catapultas o arietes

Ella jugaba con mi curiosidad mientras pintaba su retrato sobre un lienzo de cristal. Le gustaba montar una empalizada para ver qué arma de asedio usaría contra ella. Pero yo estaba perdido en ese dilema que siempre me planteaban sus ojos grises. El no saber si mis sentimientos eran una premonición o un recuerdo. Del otro lado de la ventana una hoja se liberaba de su rama madre y se dejaba llevar por el viento.

La musa que no se dejaba tocar

El sol le lastimaba los ojos, porque la naturaleza envidia la belleza. Pero yo solo veía su retrato a la distancia infinita del kilometraje ignorado. O lo que pensaba que era su retrato, una foto desgastada por el paso del tiempo. Una instantánea de un momento que no volverá jamás, porque el tiempo es una ruta de un solo sentido. Se caen los pétalos sobre la hierba seca, este jardín no existe porque no la conoce. Veo un cuaderno tirado sobre la arena seca y con las hojas en blanco. Las nubes acechan con tormentas, el cuadro se completa, los círculos se cierran.

Con demasiadas preguntas

¿Cuándo te das cuenta de que perdiste? ¿En el momento en que baja la bandera a cuadros y vos todavía no la ves? ¿En el instante que todos corren a festejar y vos seguís de rodillas mirando el suelo? ¿Al ver un grupo de letras que indican que no te van a elegir? ¿Al escribir un poema sobre darse cuenta de cuándo se pierde? ¿Al participar? Escuchaba sus preguntas con mucho interés, porque él era brillante y yo solo un caminante sin rumbo. Pero parecía tan perdido como yo en saber distinguir una posibilidad de una causa perdida. Ajena a nuestras preocupaciones, una nena arrancó una flor que luchaba por alcanzar el cielo.

El mendigo

Sus pies dibujan líneas que se pierden con los días y a nadie le importa. Se desgasta como la roca acariciada por el viento o la lluvia. Se diluye como mi alma con tus palabras de hierro y sal. El sol se lleva lo que le queda y que tal vez nunca fue suyo. Esperará su mano el abrazo del generoso, o la limosna del avergonzado. Pero de alguna manera, todos estamos en algún momento con la palma apuntando el cielo. ¿Qué tesoro queremos que caiga?

En el penoso hundimiento

La clepsidra no es solo una metáfora del tiempo que discurre inevitable e implacable. El reflejo del espejo no me pertenece y en ese rostro no reconozco lo que me gusta de mí. Mi barco navegaba por la noche cerrada sin estrellas, en un mar que se fundía con el cielo. Como en todas las catástrofes, nos dimos cuenta tarde que la nave se hundía sin prisa, devorada por el agua. Estábamos cansados, las piernas solo servían de anclas y las sombras eran espesas. Con la tranquilidad del que se sabe perdido, vislumbramos en el horizonte tu faro. Una luz tenue en la distancia, un último desconsuelo ante la salvación utópica. Pero allí estabas, cortando la oscuridad como un cuchillo que se deja caer en manteca. Por reflejo, todos extendimos la mano hacía ese paraíso que no íbamos a tener.

Saltando los desafíos

Se desliza sobre ruedas y solo soy un testigo lejano de sus proezas, un escriba que registra lo que le cuentan. Durante muchos años busqué la solución al miedo y descubrí que todo temor es una respuesta. Y que toda respuesta tiene un terrible punto débil: no soportará jamás que le cambien la pregunta. Quien conoce no dudará en abandonar un ¿qué pasará si fracaso? Por: ¿cuánto disfrutaré el triunfo? También transformará las incógnitas sobre maquillajes por la vacilación ante pintarse un lágrima en la mejilla derecha. Ese prisma será un ancla en el que el pobre escriba pueda apoyar sus futuros relatos.

Perspectivas

Era cierto, las piernas me pesaban, me sentía descalzo y transitaba un camino de ripio. Todo se movía a máxima velocidad o en cambio yo estaba viviendo en cámara lenta. La lluvia derretía los árboles y los transmutaba en una exteriorización de mis sentimientos. Cuando con la cabeza gacha mis rodillas estaban por ceder ante la gravedad, ella llegó. Con esa costumbre de ver salir el sol cuando la tormenta recién comienza. Tomó mi rostro entre sus manos, acercó su boca a la mía y me dijo casi en un susurro que nunca nadie pierde. Porque pese a ser derrotados, el cambio nos da nuevas fortalezas, nuevas esperanzas y nuevos poemas.

Contemplando la lluvia debajo de una nube gris

Me gustaría aprovechar toda el agua de lluvia, pero ya llené tantas clepsidras que temo vivir por siempre. El cielo nublado siempre me recuerda a sus ojos, pero eso no significa nada, las flores me recuerdan a sus ojos, el sol, la tierra negra… El suelo me ofrece tímido una silueta de laguna, un pequeño arroyo y la certeza de cimientos débiles. ¿Tendría que correr como ese perro que busca desesperado un refugio bajo un árbol frondoso? No, seré siempre ese otro tipo de animal, el que acepta las derrotas y reflexiona sobre los fracasos. Que otros cabalguen contra molinos de viento y cada tanto cacen alguna irrisoria victoria. A mí, en cambio, la tormenta me regalará una cara limpia y un motivo para narrar esas victorias.

Cuando la veía me olvidaba de mis viejas musas

Ella estaba llena de cosas imposibles, que la hacían atractiva al extremo de perderme. Siempre tuvo eso de ser deseada, como todo aquello que queremos y no podemos tener. No daba abrazos a nadie, porque decía que no eran para cualquiera y no quería que perdieran su valor. Cada tanto la lluvia le arrancaba alguna nostalgia o una de esas tristezas que intentaba enterrar en el patio de atrás. Yo pasé como una canción de primavera, sin dejar marcas en su historia. Pero a mí me talló como el rio a la roca que descansa en una orilla, tomando sol.

Vestigios de Troya

Me engulle como el vacío al paracaidista, como el mar a las rocas que arrojan los niños desde la playa. Y no tengo ningún control bajo el sol, soy un peón en la línea de fuego de una reina sedienta de conquista. ¿Qué mano determina los movimientos que hago? Porque me entrega al matadero y me deja sin opciones. Ya sin desconfianza abro los portones y festejo por los cientos de caballos de madera que me regalan. Mañana arderá la ciudad, que tanto costó construir, y sus historias se reducirán a una noche, a unas llamas. Hoy sopla un viento fuerte, el cielo amenaza tormenta y algunos ojos siguen cubiertos por un velo.

Escaramuza

Ella me flanqueó el cuello a besos, porque le gustaba jugar a la guerra y se tenía mucha estima como general. La dejé avanzar, sin que sospechara el ardid, porque como dice Sun Tzu el fuerte puede pasar por débil. Su victoria, a ojos del inexperto en los artes bélicos, parecía clara y tal vez así lo entendió. Demasiado rápido intentó alcanzar mi boca, pero mis labios tenían otros planes y el contraataque fue implacable. La moral de sus tropas se derrumbó a la velocidad del rayo y su ejército se desbandó. De haber adorado a los dioses paganos, tal vez esa noche ambos hubiéramos cenado en el Valhalla.

Vagar por la ruta

Bendijo mi camino con un desierto de afirmaciones y dejó solo un espejismo al sediento. Los reptiles que decoraban el paisaje simulaban un vil escarnio del destino. El calor convierte el llanto en pecado, así que el resto del camino será un derrotero silencioso. Tu reciente ausencia tiñe el aire y ese prisma empaña todo lo que veo. Me acompañará el velo hasta alcanzar nuevos horizontes o que se agote la clepsidra que me corresponde.

Después de la caída

 Para Desirée, que entiende Se llevaba el mar los restos del naufragio y en la playa solo quedaban los vestigios de lo que fuimos. Podíamos rendirnos y dejar que los cangrejos y las gaviotas se llevaran lo que nos quedaba. Carne y piernas débiles, la sed del que bebe agua salada y un par de prismas en las mejillas. Pero en vez de cerrar los ojos cerramos los puños y elegimos el camino difícil, el del que se levanta. Hoy, desde la cima, se ven distantes las tormentas y las derrotas. Aunque no se olvidan las heridas ni el sendero en la ladera de la montaña.

Frente al mar

Yace en un colchón de arena, sintiendo con desdén las caricias del mar y el sol. Entre sus dedos discurre un tiempo sin forma, porque se sospecha inmortal. Sin corona es reina de todos los que la rodean, pero su reinado ya no la conforma. Marina mira el horizonte y no se sorprende de su inmensidad, está ocupada en una serie de pensamientos. Se pierde en sueños de mundos que no existen o que tal vez solo sospecha. Piensa en un par de objetos que marcaron nuestra historia, Piensa en las murallas de Constantinopla. Se pregunta por el peso de una rosa en diferentes lugares del planeta o del universo. Susurra el nombre de una espada, cada tanto, como un talismán ante los temores. Marina se sabe pensada y ella también piensa. Pero se le escapa el nombre del poeta que se transforma en otro anónimo.

Al amanecer de una noche en primavera

Nuestro único beso está escondido entre los susurros de un poema que pasó inadvertido. Su mano fría me despidió con un roce en la mejilla, y la marcó de igual forma que a mi corazón. Antes de desaparecer, me miró con esos enormes ojos llenos de matices y se fue con el viento. Se perdió como la noche al amanecer, sin pedir permiso y sin arrepentimiento. Y yo quedé como el que contempla el amanecer y sabe que tendrá otras noches, pero nunca más la que pasó.

El amanecer después del saqueo

“Estamos perdidos”, susurró o pensó en voz alta Christó al ver el desierto. Puede que fuera cierto, los campos sembrados y prontos a cosechar habían sido arrasados. De las sombras surgieron fantasmas en forma de bandidos que nos arrebataron los esfuerzos. “Estamos perdidos”, repitió más convencido del inexorable destino que nos tocaba. Cayó de rodillas, casi sin aliento y con el rostro enrojecido por la frustración. Las murallas solo habían postergado el inevitable final. Cerca de donde estaba descubrió un poco de vegetación verde, el futuro.

La que es deseada

Eran ciertos los rumores, su encuentro era un camino venturoso para cualquiera, agua para el sediento. Yo temía toparme con otro Midas, porque su oro siempre parece real y sin embargo con el tiempo se gasta y pierde valor. Las aguas erosionan las costas de idéntica forma a la que mi interés se va perdiendo con el día. Pero en las sombras de sus pómulos se guardan más tesoros de los que puedo gastar en esta vida. Desde mi oscura celda anónima ofrendo a su nombre unas líneas en el papel arrugado. Sospecho que si un día extravía una sonrisa y por casualidad azarosa cae en mis latitudes conoceré el sabor de la inmortalidad.

Cuando caen las rocas

Caminaba entre baldosas flojas con una gran luna como joya en una corona de cielo negro. Poco tiempo antes un pequeño palacio se había derrumbado ante sus ojos. No era el primero, eso estaba claro, y seguro tampoco sería el último. Durante un instante su brillo lo deslumbró al igual que impresiona la sonrisa de una mujer hermosa. Pero nada de eso quedaba, solo un lugar vacío, un camino por recorrer y un vago recuerdo.

Las hojas y el otoño

Se mece tranquila en el aire mientras desciende a la velocidad de una lágrima en una mejilla seca. En su abismo están los compases del tiempo y el sonido de los pasos de una dama ignorada. Una rosa la acompañaba con la mirada, sabiendo que el destino de la hoja es un presagio de su futuro. Mi piel le susurra a mis nervios que el frío está aumentando, pero mi cerebro decide ignorarla. Me dejo caer, la brisa me termina de despeinar y el olor a tierra húmeda me dice que estoy lejos de los hombres. El cielo gris me distrae por un momento y cuando vuelvo a buscar la hoja que planea ya no la encuentro. Su desaparición, sin quererlo, me recordó todo lo que he perdido.

Estaba despierto

Puede que, de tanto imaginarte, al verte te haya confundido con uno de mis sueños. El martes discurría como la arena de las playas acariciadas por el cálido mar. Yo divagaba ebrio de imágenes imposibles que colmaban mi memoria y tal vez mis palabras. Entonces me perdí en tus ojos claros, como quien entra en un intrincado laberinto. Tu visita fugaz dejó un halo en la habitación durante un tiempo en el que todos permanecimos en silencio. Desde ese día vago detrás de la estela que dejó tu visión.

Rubicón

El tenue curso de agua color rubí no detuvo al general con sus legiones la marcha al objetivo de todos los caminos. La duda y los temores, tal vez infundados, no detendrían ese primer beso de conquista. Es inútil tratar de definir la duración de la batalla, porque el tiempo es absurdo de relativo. Se puede sintetizar en descubrir una mejilla, oculta por el largo cabello, y sellar las bocas al unísono. Como aquel otro hombre, él creó un Imperio, quizá de manera involuntaria o sin saber qué seguiría. Como la historia de todo lo humano, el final llegó inexorable y hasta necesario. Schopenhauer nos susurra que nuestra voluntad decide su propio camino, pero el derrumbe de los altos castillos o el sabor del metal de Bruto, no ofrecen ese consuelo. Llegarán otros emperadores, no caben dudas, pero solo habrá un César.

Ariadna y Teseo

Tal vez porque los flechó un breve enamoramiento, o porque estaba en sus destinos el tener que compartirse. Ella le dio dos regalos, uno un hilo de oro capaz de ayudarlo a escapar de su destino. Él cumplió con su deber militar y épico, y pudo salir del laberinto. Poco tiempo después, tras una fuga triunfal, la abandonó sin más reparo en una isla lejana. Hoy las sombras del mito se vuelven inescrutables después de milenios y de bocas repetidoras. Pero algo de todo ello nos queda en la memoria, porque el abandono y la traición son historias cotidianas.

El día de elegir

Para Jésica Fluía como un arroyo de poco caudal el vino que se derramaba de la botella tirada en el suelo. Hacía dos o tres días que tenía ese sueño recurrente y el ruido de mis pensamientos me aturdía. Las circunstancias reclamaban una medida imposible, la opresión aumentaba la presión en mi pecho. La alfombra lentamente se teñía de carmesí y el aroma en la habitación se enrarecía. Ahora, sin saber cómo hay un cofre de madera, sobre la mesa, bastante trabajado. Dentro sé que hay un libro que resume de alguna manera todo lo que en otro momento intenté olvidar. Mi respiración se corta, ya no importa nada, es necesario que lo abra, ya elegí. Entonces vuelve a pasar. Me despierto, mi habitación no tiene alfombras ni hay vino. Siento que tuve un sueño recurrente y que está haciendo ruido en mi mente, pero no logro entender por qué.

Campos de verano

Ella pintaba campos de verano, observando el frío desierto que ofrecía el ventanal. Yo husmeaba un libro, un tanto pesado, recorriendo su estudio a veces con los ojos y otras con los dedos. Perturbado le pregunté cómo podía imaginar un paisaje tan bello teniendo un modelo tan feo. Me miró con esos ojos marrones, siempre tan llenos de magia, y me dijo que sin las cenizas no puede nacer el fénix. Que antes que el héroe está su pesar. Que los únicos paraísos son los que perdimos. Que para la existencia de Irene, a Christó y a mí nos tuvieron que matar varias veces. Me abrazó más fuerte que de costumbre y me susurró que para poder pintarme yo tendría que abandonarla.

Esclavitud aceptada

Después de cientos de años, o quizá tras el paso de un solo día, ahí estaba sin metáforas, Irene. Mis ojos se mostraron incrédulos en primer lugar y casi pasan de su presencia de tan acostumbrados a imaginarla. Me saludó cordial, como quien saluda a un vecino y comenzó a enumerar sus efemérides del tiempo sin vernos. En mi posición, dado que no soy de hablar, me mantuve taciturno, como siempre. Ella contó una serie de victorias sistemáticas y precisas, deslizo alguna perdida derrota pero siempre sonriendo. En un momento se aburrió y me invitó a caminar, pero aunque traté de seguirla, no lo pude lograr porque sin darme cuenta una cadena me había aprisionado la pierna. Al parecer, ella no notó mi situación y comenzó a caminar y a hablar. En el aire se fueron perdiendo cada una de sus palabras, mientras simplemente la miraba. “Entendés, Christó -dije más que resignado- porqué siempre seré su esclavo?”.

Como un ejército

Marchamos, durante varios días, tal vez años, a la espera de nuestro enemigo. Las diferencias entre nosotros eran abismales, puesto que el origen a veces nos determina en pensamiento. Pero con cada combate, con cada gota de sangre derramada, nos volvíamos uno. Entonces pasó, era de noche, vos llorabas y yo trataba de reprimir las ganas de fumar. Después de tanto luchar, después de tantas batallas, el enemigo éramos nosotros. Todavía guardo celoso las cicatrices de esa derrota, entre sombras en el exilio.

Historia de cualquiera

En el crepúsculo ensayé algunas fórmulas para describir lo que puede ser la historia de cualquiera. Dije (porque pensé en voz alta) que la copa terminó por desangrarse tras tantas caídas. Dije (mirando al cielo como me gusta) que las nubes cubrieron hasta el último rayo de sol y parece que va a llover. Dije que las habitaciones ahora son más espaciosas y que sobran el aire y la tristeza. Dije que se marchitaron cada una de las esperanzas que plantamos en un jardín que olvidamos hace tiempo. Dije que sentí la daga de Bruto en el pecho de Julio César, mientras éste decía "Tu quoque, Brute, fili mi?". Dije que nuestro hilo, el que nos permitía salir del laberinto, no era de oro. Dije que quedé solo en el laberinto, desarmado y sintiendo una respiración de bufidos. Dije que toda despedida tiene algo de bienvenida, aunque hoy no sepamos qué. Repetí que no sabía qué. (Aún no lo sé). Dije que eras mi lugar en el paraíso y ahora todo es el paraíso, porque está perdido. Dije que eras

Inevitable

Es cierto, no lo puedo explicar, pero es como estar perdido en el desierto. No ves por ningún lado los muros, pero es un laberinto que no te permite escapar. Sin punto de partida o meta, sin otra dificultad que nuestra propia resistencia. ¿Será esto todo lo que me queda? Las raciones de agua cada vez son más escasas pero eso no significa estar cerca de un oasis. ¿Qué esperaba el Minotauro en su vigilia? Al final, tal vez a mí también me aguarde esa espada.

Fotografías caminantes

“Ayer la vi a Irene”, soltó Christó como quien no quiere decir nada pero libera un kraken. El nombre me sonaba, era un eco desde otra vida, un recuerdo olvidado, una de las mujeres que he amado. Pero la que amaba el poeta, la misma que también amó (o ama) Christó. Ella no existe, es el arquetipo de La Rosa, que puede ser cualquiera de las rosas según quién la busque. “Ayer la vi a Irene”, (estoy soñando), las catapultas parecen anunciar el final del sitio. No soy el señor del castillo, ni un caballero, solo un soldado de pie que ve la muerte a la cara. “Ayer la vi a Irene”, pero es mi voz la que me lo recuerda, estoy parado frente a un muro de varios cientos de metros de altura. Llueve, tal vez también lloro, el camino es interminable y el sueño me traslada de situación en situación. “Ayer...”, un jardín se marchita frente a mis ojos, las aves caen del cielo. “La vi...”, pero tengo que correr y no se termina la oración, alguien grita qu

Caen y golpean

Una roca del espacio marcó para siempre nuestros destinos y sin embargo hoy no vemos ninguna cicatriz. ¿Cuántos meteoritos pasaron por nuestro cielo y cambiaron el curso de nuestras vidas? Se extienden como largas sombras esas palabras de despedida que nos entregaron al desconsuelo. Luego pasó, porque el dolor es un dique que con el tiempo rebalsa. Y nuevas plantas cubrieron las cenizas y la erosión llenó de arena las costas. A fuerza de sonrisas cubriste las lágrimas y el sufrimiento cedió. Se pueblan irremediables tus llanuras y es imposible ignorarlo. Esa historia termina ahí y es feliz y colorín colorado. Pero acá quedan superficies áridas y tormentas. Paisajes lunares, desérticos y cubiertos de deformidades. Y una vista perfecta hacia un paraíso al que ya no se pertenece.

Mientras miro una flor

Ella bebe el jugo de una naranja y en sus ojos no hay preocupación ni pesar. Un gorro la protege, pero su cabello igual vuela libre en la leve briza otoñal. Mi banco no está lejos y sin embargo parece que entre nosotros hay un campo minado. No solo nos aleja la previa ignorancia mutua, el no saber que el otro existía hasta descubrirnos. Sino esas cadenas que nos impiden acercarnos a lo que no conocemos. Imagino dos tipos de hombres: el que utiliza la espada y muere con valor o el que encuentra en el verso el mejor refugio de la espada.

Asedio en mis sueños

En la penumbra Irene acechaba mis sueños, pero no logré despertarme para evitar su asedio. Yo vagaba por largos pasillos llenos de bifurcaciones, pero el entorno no me parecía inhóspito o desconocido. Mi cuerpo era tosco, incómodo, pesado, aunque lo peor era la cabeza, aún más tosca, más pesada. Jugaba a respirar despacio mientras caminaba, porque no había mucho para hacer. Pensaba en las cosas esenciales: comer y buscar un lugar para dormir. No había otras preocupaciones, ni libros por leer ni gente por llamar. No existían serpientes que se comen su propia cola, ni arquetipos imposibles, ni los vagos talismanes que a veces son los recuerdos. No estaba fascinado por los antiguos imperios, ni por los besos robados, ni por las sumas y restas que no coinciden. Era y nada más. Entonces la vi, estaba parada con la espada en mano y una sonrisa en el rosto. En un impulso casi bestial corrí a abrazarla lleno de felicidad. Mi sangre brotó despacio, mientras la imposibilidad de hablar me ahogaba

Naufragio

Se acercó con cierta cautela y un brillo en los ojos que hacía tiempo no veía. Siempre me gustó como le quedaba ese perfume y su fragancia me envolvió en recuerdos y en nostalgias. Me observó, de esa forma tan particular que ella tiene y me dijo que amarme era como naufragar en el mar y tener sed. Cada trago de agua salada demanda uno posterior más largo y la vida se acaba despacio. Besó mi mejilla, vi un pequeño prisma que se deslizaba por el lado izquierdo de su rostro y se marchó. Pero antes de perderla de vista, junté fuerzas y le grité que de cualquier manera estaba perdida en el mar.

Montañas imposibles

El flanco de la cama es el horizonte de un mundo rectangular y tus piernas flexionadas una montaña a escalar. Descarto la idea de estar sostenido por cuatro elefantes gigantes y trato de enfocarme en el tacto del alpinista. Hasta llegar a la rodilla, esa cumbre a la distancia, mis dedos recorrerán, con exagerada lentidud, palmo a palmo. . El tiempo pasará y las estaciones dibujarán nuevos colores en el cielo, pero ellos guardaran por siempre la memoria de ese suelo. Una vez alcanzada la cima, solo resta el descenso por la ladera contraria, pero esa ya es otra historia.

Mancha en el mantel

La copa todavía rodaba por el suelo y en sus ojos una centella anunciaba el final. Me miró y no sin cariño, pero con un poco de crueldad, me dijo que mi amor era como una costa cubierta de diamantes. Demasiado valiosa, una joya en todo su esplendor, un tesoro digno de una corona. Pero hostil para el naufrago que se arrastra intentando encontrar la paz de lo firme. Y cuya única recompensa es un sinfín de nuevas heridas que se suman al agua en los pulmones. El portazo aún suena en mis oídos.

La ausencia del dique

Mi dedo se desliza suave, pidiendo permiso, por su delgado y largo cuello. Cada tanto algún cabello interrumpe el descenso y me genera un gran pesar. Pero rápidamente su perfume me vuelve a seducir a un trance tranquilo, hipnótico. Me cuesta llegar al hombro, porque cada milímetro, cada poro, es un recuerdo. Hay un lunar que es igual a la cruz en el mapa, coordenadas de un tesoro. Dicen que el tiempo es como un río. Cómo me gustaría tener un dique.