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Mostrando entradas de octubre, 2010

Noble consejo

El silencio te ha condenado muchachita. Tu dolor, ahora, es el peso de las virtudes de aquel a quien amas. Yo miro en silencio tu ventana y reflexiono sobre tu situación, te compadezco, aunque no siento tristeza. Has descubierto lo que miles de millones antes, esa construcción social que esconde la supervivencia de la especia, es lo mejor que hemos creado. Ahora sabes, a ciencia cierta, que la felicidad y el conocimiento no son amigos, no se llevan bien. Observo tus vacilaciones y a ultranza recuerdo las mías, en tu lugar. Todo ese dolor, toda esa culpa, somos unos tontos. Niña que sufres, mañana otro amor se posará en tu puerta, mirará tu ventana, mimará tu alma. Niña que vives en la soledad, reflexiona en los próximos días que el tiempo es una rueda, que en realidad el mañana y el ayer no tienen más sentido que para contar historias o para no repetir errores. Mírame joven muchacha, y mírame bien. Esta sombra que hoy es mí persona ha pasado millares de dificultades, ha sufrido

Sentimiento compartido

El amor es, cuando se acaba, como el fuego, una inevitable fuente de cenizas. Es absurdo intentar desprestigiar tan antigua sentencia. Esos restos tiñen de sombras lo que tocan y la única solución aparente es otra llama que los limpie. El resultado es un nuevo laberinto en el que perdernos es fácil, demasiado. Las campanas sonaban esa noche, yo lo miraba en su desolación y acompañaba su sentimiento. Él la había amado mucho y ahora lo dejaba. Intenté consolarlo con el, quizá cruel, argumento que la relación no tenía futuro. Le dije que la conocía hace poco, que el amor se nota en el tiempo. Que la suerte no acompaña lo efímero, lo muy finito. Él me creyó o al menos aparentó creerme. Lo acompañé a su casa, antes habíamos tomado algunas bebidas suaves, como para alivianar la carga de nuestros corazones. Sino, al menos, la sangre no era tan espesa en ese momento. Lo llamaba todos los días, su depresión me preocupaba, como a cualquier amigo. A veces creo que hay tres o cuatro palabras

Mirar a otro sitio

El sol y la sombra me remontan a esa historia perdida, tan mía como el evasivo color de mis ojos o la sonrisa en mi rostro ante un buen libro. Ese recuerdo está y es en mi memoria como la espina es a la rosa. ¿Qué otra cosa existe? ¿Cómo entender algo más? El dibujo de tus labios en una copa, fotografía de mi vista. Ese peluche que duerme contigo. Esa última palabra en el adiós. Todas son cosas, ahora, que se prolongarán en el tiempo más allá de nuestros destinos. Cada una de ellas dejará una marca en el mundo, como el anillo de Menelao, la fracturada espada de Atila o el juguete de un niño que luego fue Alejandro. Sin embargo, en el momento se perdieron. Ironía de la vida que condena el presente al olvido. Misterio anhelado el pensamiento de esa rosa que quiere ser algo más que una rosa. Otras plantas te observan, con envidia, deseando ser como tú. Mientras tanto, me remito a pensarte, rosa, para alejarla a ella de mi corazón.

Carta de alto

Algo se ha roto en la cocina, puedo oírlo. Una copa, un plato o un recuerdo, no puedo saberlo. El límite de nuestros sueños somos nosotros mismos. No nuestros recursos, no nuestros talentos, nosotros mismos. Nadie quiere pagar el precio del éxito ni el de la felicidad, siempre son el fracaso y la desgracia. Pero la vida no es lo que queremos sino lo que hacemos con lo que nos toca, no hay Destino ni Dios para decirnos qué hacer, pero sí para inspirarnos. Nuestro infierno está en la memoria, el paraíso también. El Edén siempre estará con Eva, en el desierto o en el mar. El futuro nos ofrece respuestas inciertas, que nadie puede comprobar. Pensar el presente, luchar el presente, disfrutar el presente, sufrirlo, es la verdadera vida. El resto, como el trino del ruiseñor que se pierde en el viento, sólo adorna nuestro existir.

Relato inconcluso

Las rosas palidecían ante su presencia, emisaria del verano, pues la primavera no la alcanzaba. Estrella caía del cielo, desconozco su pecado pero presupongo que fue un error de Aquel que no se equivoca, su primera falla. El corazón me dio un vuelco la vez que la vi entrar por la puerta vestida de azul. La seguridad de su mirada hipnotizaba y conmovía incluso al más cruel. La cabeza erguida y la sensación de control que ejercía daban la impresión que se estaba ante una deidad. Recuerdo que nuestra primera charla versó sobre lo difícil que era encontrar compañeros de trabajo honestos y eficientes. Aconteció en un café a unos metros de la universidad. Ella se sentó sin pedir permiso en mi mesa, yo la miré extrañado y sorprendido. Me preguntó por mi primer libro, cosa que me sorprendió aún más. Según dijo había leído dos novelas cortas mías y uno de mis libros de cuento. En ese momento no tenía muchas cosas publicadas y muy pocas ventas. Hablamos largo y tendido de la utilización