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Mostrando entradas de abril, 2014

Mancha en el mantel

La copa todavía rodaba por el suelo y en sus ojos una centella anunciaba el final. Me miró y no sin cariño, pero con un poco de crueldad, me dijo que mi amor era como una costa cubierta de diamantes. Demasiado valiosa, una joya en todo su esplendor, un tesoro digno de una corona. Pero hostil para el naufrago que se arrastra intentando encontrar la paz de lo firme. Y cuya única recompensa es un sinfín de nuevas heridas que se suman al agua en los pulmones. El portazo aún suena en mis oídos.

La ausencia del dique

Mi dedo se desliza suave, pidiendo permiso, por su delgado y largo cuello. Cada tanto algún cabello interrumpe el descenso y me genera un gran pesar. Pero rápidamente su perfume me vuelve a seducir a un trance tranquilo, hipnótico. Me cuesta llegar al hombro, porque cada milímetro, cada poro, es un recuerdo. Hay un lunar que es igual a la cruz en el mapa, coordenadas de un tesoro. Dicen que el tiempo es como un río. Cómo me gustaría tener un dique.

El desborde

La mujer con los ojos iguales al cielo sin nubes acercó su boca a la mía y dijo casi en un susurro que mi amor es como la crecida de un río. Primero destruyó las barreras, luego lo inundó todo, movió de lugar las cosas, rediseñó el paisaje y trazó nuevos caminos. Alejó levemente sus labios de los míos y agregó que mi amor se va como llegó. Y aunque los vestigios quizá no desaparezcan nunca, ella sabía que ya no estaba. Le sonreí con fuego y pensé, aunque no lo dije, qué hermosa despedida digna de un poema.

Derrota ante el otoño

El pétalo se desprende del tallo como la gota de la nube o las esperanzas de los fracasos. Pese a saber que no es eterna, la Rosa anhela los cálidos días de su nacimiento. Extraña el rocío matutino que tanto la llenó de vida y de gozo. Piensa en algunos insectos que conoció y a los que llegó a querer. Tal vez recuerde a un oscuro poeta que la inmortalizó y luego la dejó morir. Pero hoy fluctúa y sabe bien que no llegará al invierno. Para las rocas pasará inadvertida, como una más en un ciclo casi infinito.

Después de un poco de lluvia

Para Antonela Discurre entre las baldosas, un tenue hilo de agua, que emula ser un río como el tiempo o tus sentimientos. Erosionará con los días algún borde y pulirá la arena hasta que desaparezca. Pero cada tanto, tendrá que decidir entre las bifurcaciones dibujando caminos alternativos en la vereda. Seguirá firme o se cruzará, sin importarle un destino ni cuándo alcance la meta. A su paso, dejará un sinfín de opciones posibles, un conjunto de puertos que no visitará jamás. Olvidará que pasó por un lugar y no otro, porque es la única manera que tiene de seguir adelante. Luego, cuando el sol arrecie, se perderá en el aire prometiendo volver agún día. Pero ahora el cielo, que antes era celeste como tus ojos, se pinta del color de los míos para amenazar con tormenta.