Mancha en el mantel
La copa todavía rodaba por el suelo y en sus ojos una centella anunciaba el final. Me miró y no sin cariño, pero con un poco de crueldad, me dijo que mi amor era como una costa cubierta de diamantes. Demasiado valiosa, una joya en todo su esplendor, un tesoro digno de una corona. Pero hostil para el naufrago que se arrastra intentando encontrar la paz de lo firme. Y cuya única recompensa es un sinfín de nuevas heridas que se suman al agua en los pulmones. El portazo aún suena en mis oídos.