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Mostrando entradas de mayo, 2020

El violinista

No voy a negar que en las noches de insomnio mi mente a veces se arrastra a vos. Te imagino en el umbral, al límite del abismo, contemplándolo. Quizá como dijo el filósofo, el abismo también te contemplaba a vos. Pero solo es una ilusión, porque hace años se cortaron las cuerdas del violín, que aún escucho. No puedo negar tampoco que en algún momento creí entender lo que pensaste esa última noche. Quizá ese día en la ruta, cuando con Mendé comprendimos que la vida era una farsa y que no existía el ayer o el mañana. Aunque la verdad es que no y posiblemente busque entenderte hasta mi último suspiro.

El único alquimista

El tiempo tiene esa perversa habilidad de transmutar los recuerdos y vendernos como oro lo que en su momento fue plomo. Muchas veces disfruta de recorrer el mausoleo de nuestros recuerdos y sacar de contexto algún pequeño detalle para contarnos una historia diferente. Los secretos de la alquimia no se encuentran en los libros de Fulcanelli, ni de ningún otro. Solo tenemos que esperar para caer, como tantos otros antes que nosotros, en esa protociencia oculta en nuestra memoria. ¿Cuánto de lo que digo es nuevo? ¿Cuánto de lo que digo viene de una recuerdo amargo? Olvidé el momento en el que podía responderlo.

Las trampas del laberinto

Veo su largo pelo oscilar mientras se marcha, quizá esperando alguna palabra mía para darse vuelta y regresar. Pero esa palabra nunca llega, porque el péndulo de su cabello me tiene hipnotizado. Me fascinan las pequeñas derrotas, esas que son un puñal que sirve para aprender. No es que me guste perder, no hablo del Día D o de Waterloo, solo de una pequeña escaramuza que deja un mal sabor de boca. Aunque tras cerrar la puerta me sentí el Minotauro que espera a un Teseo que no llega.

Mi noche blanca

El humo del cigarrillo se perdía en la lluvia, pero no su traje blanco y su corte carré. Era uno de esos días de febrero del dos mil y tantos en los que vagaba perdido. Empapado, crucé mis ojos con los suyos, olvidando las historias que me hacían agonizar. ¡Ella también! y su rostro se iluminó un instante,  mientras yo daba el primer paso, conteniendo la respiración. Pero negó con la cabeza y seguí mi camino sin destino. “¡Todo un momento de felicidad!”, diría Dostoievski, suficiente para colmar toda una vida.