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Mostrando entradas de agosto, 2014

Rubicón

El tenue curso de agua color rubí no detuvo al general con sus legiones la marcha al objetivo de todos los caminos. La duda y los temores, tal vez infundados, no detendrían ese primer beso de conquista. Es inútil tratar de definir la duración de la batalla, porque el tiempo es absurdo de relativo. Se puede sintetizar en descubrir una mejilla, oculta por el largo cabello, y sellar las bocas al unísono. Como aquel otro hombre, él creó un Imperio, quizá de manera involuntaria o sin saber qué seguiría. Como la historia de todo lo humano, el final llegó inexorable y hasta necesario. Schopenhauer nos susurra que nuestra voluntad decide su propio camino, pero el derrumbe de los altos castillos o el sabor del metal de Bruto, no ofrecen ese consuelo. Llegarán otros emperadores, no caben dudas, pero solo habrá un César.

Ariadna y Teseo

Tal vez porque los flechó un breve enamoramiento, o porque estaba en sus destinos el tener que compartirse. Ella le dio dos regalos, uno un hilo de oro capaz de ayudarlo a escapar de su destino. Él cumplió con su deber militar y épico, y pudo salir del laberinto. Poco tiempo después, tras una fuga triunfal, la abandonó sin más reparo en una isla lejana. Hoy las sombras del mito se vuelven inescrutables después de milenios y de bocas repetidoras. Pero algo de todo ello nos queda en la memoria, porque el abandono y la traición son historias cotidianas.

El día de elegir

Para Jésica Fluía como un arroyo de poco caudal el vino que se derramaba de la botella tirada en el suelo. Hacía dos o tres días que tenía ese sueño recurrente y el ruido de mis pensamientos me aturdía. Las circunstancias reclamaban una medida imposible, la opresión aumentaba la presión en mi pecho. La alfombra lentamente se teñía de carmesí y el aroma en la habitación se enrarecía. Ahora, sin saber cómo hay un cofre de madera, sobre la mesa, bastante trabajado. Dentro sé que hay un libro que resume de alguna manera todo lo que en otro momento intenté olvidar. Mi respiración se corta, ya no importa nada, es necesario que lo abra, ya elegí. Entonces vuelve a pasar. Me despierto, mi habitación no tiene alfombras ni hay vino. Siento que tuve un sueño recurrente y que está haciendo ruido en mi mente, pero no logro entender por qué.

Campos de verano

Ella pintaba campos de verano, observando el frío desierto que ofrecía el ventanal. Yo husmeaba un libro, un tanto pesado, recorriendo su estudio a veces con los ojos y otras con los dedos. Perturbado le pregunté cómo podía imaginar un paisaje tan bello teniendo un modelo tan feo. Me miró con esos ojos marrones, siempre tan llenos de magia, y me dijo que sin las cenizas no puede nacer el fénix. Que antes que el héroe está su pesar. Que los únicos paraísos son los que perdimos. Que para la existencia de Irene, a Christó y a mí nos tuvieron que matar varias veces. Me abrazó más fuerte que de costumbre y me susurró que para poder pintarme yo tendría que abandonarla.

Esclavitud aceptada

Después de cientos de años, o quizá tras el paso de un solo día, ahí estaba sin metáforas, Irene. Mis ojos se mostraron incrédulos en primer lugar y casi pasan de su presencia de tan acostumbrados a imaginarla. Me saludó cordial, como quien saluda a un vecino y comenzó a enumerar sus efemérides del tiempo sin vernos. En mi posición, dado que no soy de hablar, me mantuve taciturno, como siempre. Ella contó una serie de victorias sistemáticas y precisas, deslizo alguna perdida derrota pero siempre sonriendo. En un momento se aburrió y me invitó a caminar, pero aunque traté de seguirla, no lo pude lograr porque sin darme cuenta una cadena me había aprisionado la pierna. Al parecer, ella no notó mi situación y comenzó a caminar y a hablar. En el aire se fueron perdiendo cada una de sus palabras, mientras simplemente la miraba. “Entendés, Christó -dije más que resignado- porqué siempre seré su esclavo?”.